¡Marina es más fuerte
que tú, Fabio. Marina es una mujer fortísima!
No logro entender lo que replica Fabio porque su tono de voz
es débil, discreto, pero sí su desacuerdo. Su incomodidad.
Ella parece haberse dado cuenta del error e intenta
enmendarlo.
¡Marina es la mujer
más fuerte que conozco. Es más fuerte que tú, Fabio, pero también que Javi o
Álex. Más fuerte que la mayoría de los chicos. Lleva años entrenándose para las
opos de la policía, Fabio. No debería molestarte que te diga que una mujer es
más fuerte que tú!
Pero ya no hay remedio. Sin llegar a enterarme de sus
argumentos, me queda claro que Fabio sigue sin estar de acuerdo con su
acompañante.
De perdidos al río. Visto que ya no puede arreglarlo, ella
se lanza a defender su tesis con vehemencia: Marina es más fuerte que tú, Fabio. Más fuerte que tú. Más fuerte…
La discusión se perpetúa aún 10 minutos, hasta que queda
interrumpida por un silencio áspero que se prolongará ya hasta que lleguemos a
nuestro destino.
Busco el reflejo en el cristal, en la oscuridad de los
túneles, pero no logro ver sus rostros. Me los imagino enfurruñados en su
asiento, enrocado cada uno en su verdad, mientras fingen mirar el móvil.
El regional llega increíblemente rápido al final de su
trayecto y me entretengo recogiendo mis cosas antes de abandonar el vagón. Lo
suficiente para que mis dos vecinos de viaje pasen junto a mí.
Fabio es alto y desgarbado, sin un atisbo de músculo. Ella
luce una melena larga y unos shorts que hacen honor a su nombre. Sus piernas
son larguísimas y es tan alta como él.
La pareja avanza por el andén, sin mirarse. Entonces me
viene a la mente la imagen de la sansónica Marina, única vencedora de este
combate, que los observa alejarse, con los brazos en jarra y una media sonrisa
colgando de su cara.
Caminando uno junto al otro. Sin tocarse.
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Fotografía de Cristina Costales