La temporada de guerra de globos
de agua ha llegado a la Plaça del Nord.
Amparados por el calor, los niños
corren descalzos y mojados alrededor de la fuente -donde rellenan sus proyectiles- mientras los
adultos los observamos desde la
protección de la barrera, al otro lado de la cerca del parque infantil.
Laura sonríe y señala a su hijo de dos años, que intenta quitarse
las sandalias para emular a los más mayores. De momento, la batalla la ganan
sus hebillas.
Voy todo el día medio grogui –comenta- estoy tan contracturada que me tomo los relajantes de dos en dos. Menos
mal que ahora voy a poder descansar un poco. La baja se la dieron ayer –me aclara- y tengo para unos días.
Después de un rápido vistazo para
constatar que mi hija ha elegido el rol de francotiradora, me intereso por su
trabajo, del que sólo sé que hace poco
que ha empezado. Soy tanatopractor -me dice-
y, anticipándose a mi siguiente pregunta, aclara: trabajo preparando cadáveres.
Jamie Lee Curtis en 'My Girl' |
Entonces caigo en la cuenta de
que Laura guarda un sorprendente parecido con Shelley, la maquilladora
funeraria de ‘My Girl’,
interpretada por Jamie Lee Curtis a
principios de los 90: el mismo físico esbelto de piernas inacabables. La misma
sonrisa pícara. Mucha gente cree que somos meros maquilladores de muertos -puntualiza
como leyéndome el pensamiento- pero lo
cierto es que mi especialidad se centra en las técnicas de conservación y reconstrucción de los cadáveres. El cuidado
estético es solo una parte.
Laura eligió esta profesión a
raíz de una dura experiencia relacionada con la pérdida de un familiar cercano.
Me gusta pensar que ayudo a conseguir que
la gente guarde el mejor recuerdo posible de la última vez que ven a su ser
querido. Además, a mí siempre me ha gustado la pintura y la escultura, y aunque
suene un poco extraño, creo que este trabajo me permite unir ambas cosas.
Le pregunto por el perfil de las
personas que desarrollan su labor. A mi modo de ver, lidiar a diario con la muerte debe requerir de un talante especial, y le planteo si no se tratará de algo
vocacional, como parece su caso, pero Laura no tarda en desmontar mi teoría: la
inmensa mayoría de las personas que ha conocido en su gremio se dedican a este
oficio por razones eminentemente prácticas, como la creencia de que es una
actividad con ocupación asegurada; cuando en realidad se trata de un sector
profesional al que muy pocos logran acceder de forma estable.
Fácil o no de conseguir, lo
cierto es que la precariedad laboral
también ha llegado a los oficios de
la muerte. Su baja médica lo atestigua. Laura trabaja en uno de los
tanatorios más importantes de la ciudad y últimamente se ha visto obligada a
hacer turnos de 12 horas durante semanas enteras, a pesar de que su contrato es
de media jornada y sólo estaba previsto que cubriera fines de semana y festivos. Pero con la
llegada del calor el trabajo se ha disparado. Caen como moscas - me explica- y
no solo los ancianos, sino también los suicidas; cuyo número se incrementa
al ritmo de las temperaturas.
Además, con el discurso de la crisis,
a los tanatopractores les toca ahora hacer un poco de todo, y si puede ser rápido. A la empresa no le importa la calidad de nuestro trabajo, ni si los
familiares quedan más o menos satisfechos con el resultado, sólo quieren que
acabemos deprisa para que podamos pasar al siguiente. Somos una fábrica de preparar cadáveres, se lamenta.
Le pregunto cómo lleva
encontrarse con “clientes” jóvenes que han decidido poner fin a su vida. No te voy a decir que no sea duro –me
responde- pero lo peor con diferencia es
cuando llegas a primera hora de la mañana al depósito y te encuentras un ataúd pequeño. Eso te destroza ya para
el resto del día.
El hijo de Laura ha conseguido
liberarse al fin de sus sandalias y corre tras los lanzadores de proyectiles de
agua. Uno de ellos estalla justo a sus pies y le salpica la cara. El niño rompe
a llorar. Entonces caigo en la cuenta de que la agresora ha sido mi hija.