Tres historias por el
precio de una podría ser el slogan-gancho con que captar espectadores para Cosmètica
de l’enemic, la adaptaciónque Pablo
Ley ha hecho de la novela homónima de Amélie Nothomb, y que tras estar en cartel en la sala Muntaner de Barcelona, se encuentra ahora de gira por
tierras catalanas.
Para quien no tenga
conocimiento previo de la obra de Nothomb,
la primera idea que de buen seguro venga a la mente del espectador, es que el
universo de esta escritora, circunstancialmente belga -pero formada en medio
mundo-es de todo menos simple. Más aún: es
oscuro,poliédrico y retorcido.
La primera historia de Cosmética de l’enemic nos sitúa en la sala de espera de una aeropuerto, donde un hombre de negocios, Jêrome Angust, (Xavier Ripoll) intenta distraerse del
retraso de su vuelo leyendo un libro; pretensión que pronto se verá frustrada
por la irrupción de Textor Texel (Lluís
Soler) que con aspecto desaliñado y actitud impositiva empezará a explicarle
la historia de su vida, marcada por la
violencia y el horror.
De este modo sabremos de
la infancia atípica de Texel, criado
por sus abuelos tras el suicidio de sus padres, o de su perfil sociópata que lo empuja a calificar de historia de amor de su vida lo que en realidad fue una violación
cometida sobre una desconocida. La repugnancia producida por esta revelación sumerge
a Angust en una batalla dialéctica
sin tregua con su “secuestrador”, que conduce al espectador a un nuevo
descubrimiento y con él a la segunda historia:
el desafortunado encuentro con Texel no tiene nada de fortuito.
Cartel promocional de la obra |
La tercera historia de Cosmètica de l’enemic sólo podría explicarse espoileando el desenlace de esta lucha a dos voces, por lo que las pistas habrá que buscarlas en el título de la obra y en el significado más clásico del término cosmética, que en palabras del propio Textel es la ciencia del orden universal, de suprema moral que determina el mundo. Así, nuestro camino natural, nuestro destino cósmico no puede ser otro que el de enfrentarnos a nuestros demonios, sean estos reales o imaginarios.
Un relato
existencialista narrado con la
técnica de las muñecas rusas, que no deja de sorprender al espectador hasta
el final; lo cual tiene especial merito si se tiene en cuenta que la puesta en
escena de Magda Puyo es del todo
austera: un pequeño escenario, con dos bandos metálicos –como único atrezzo-
que se eleva apenas un metro sobre las cabezas de los espectadores, y que
se encuentra rodeado a cuatro vientos por el
público, al que parece que nada pueda ocultarse y del que resulta imposible
escapar, que logra transmitir a la
perfección la sensación de asfixia a la que se ve sometido Angust por Texel, o
lo que es lo mismo: el digno pero a ratos sobreactuado
Ripoll en manos de la apisonadora interpretativa de Soler.
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