Hace menos de un siglo, el púgil catalán Josep Joan Gironès (1904-1982) llegó a
ser tan popular como cualquiera de los messis
o ronaldos actuales. El motivo:
su palmarés. Gironès fue campeón de
Europa durante siete años consecutivos, siempre en la categoría de los pesos
pluma, en una época en la que el boxeo tenía tantos o más seguidores que el
actual deporte rey.
El Crack de Gràcia o el Canari, seudónimos por los que también se le llegó a conocer, había
nacido en el número 29 de la calle Llibertat , del barcelonés barrio de Gràcia.
Con escasos 18 años se estrenó como profesional bajo la supervisión del ex
boxeador Ángel Artero, que lo
conduciría con mano de hierro hasta la obtención de los títulos de campeón de
Cataluña (1925), de España (1928) y de Europa (1929), condición que conservaría
hasta su retirada, en 1935, tras caer derrotado por K.O. frente al
estadounidense Freddie Miller, en su
único intento de asalto al título mundial.
Cómo alguien, con un currículum deportivo tan
brillante, pueda haber caído en un olvido tan clamoroso como en el que -todavía
hoy- se halla Gironès, es una de las preguntas a las que Joan López Lloret intenta dar respuesta en '138 Segons. L'enigme Gironès'. Estrenado durante el último Festival Internacional de Documental de
Barcelona, ‘138 Segons’ (tiempo
que dura un asalto) reconstruye la vida del púgil, a través de testimonios de
familiares y aficionados al boxeo.
Cartel del documental "138 Segons. L'enigma Gironès" |
De esta manera sabemos de su exilio a Francia,
al finalizar la Guerra Civil, tras haber formado parte de la escolta de Lluís Companys -presidente de la
Generalitat de Catalunya- y ser acusado de practicar torturas en las checas republicanas durante la contienda.
Después de una estancia en el campo de
concentración de Bram, se embarcaría hacia México, lugar donde se
estableció y de donde nunca regresaría.
El documental nos retrata a un Gironès
solitario (su mujer Dolors y su hija Lolita, de 9 años, no le acompañaron), que
lleva una vida totalmente anónima y alejada del ring en el exilio; que
subsiste gracias a un empleo en la fábrica de galletas de su hermano Camilo, y que
se sigue carteando con asiduidad con su hija, a pesar del paso de los años,
hasta que ésta le explica que se ha prometido y Gironès finiquita el contacto
con un: “A partir de ahora, a mí ya no me
necesitas”.
Después pasa aún más tiempo, el suficiente
incluso para que se demuestre su inocencia. Otro ex boxeador –éste de segunda-
con el que también comparte nombre y un cierto parecido físico, admite en 1968
-en una entrevista con el periodista Josep Morera i Falcó para El
Correo Catalán- que él había sido el autor de las torturas atribuidas al Crack de Gràcia, con el que durante años
había fomentado ser confundido.
Con pocos recursos económicos, Gironès muere en
una casa de beneficencia a los 78 años y su tumba sin nombre –todavía a fecha
de hoy- pasa desapercibida entre otras muchas en el panteón español de Ciudad de México.
Las preguntas que no tienen respuesta suelen
ser las más interesantes y el documental de López Lloret deja unas cuantas sin
ella. Cuestiones como por qué la figura de Gironès no se ha llegado nunca a
rehabilitar públicamente, por qué su familia no se reunió jamás con él en
México o por qué no regresó a Barcelona, cuando ya ninguna causa pesaba sobre
él, son cuestiones a las que posiblemente sólo se podría dar respuesta desde
la ficción.
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