La moto de Lucía toma velocidad
en la bajada y se detiene de un frenazo frente a la cerca. Rondan las seis en
una tarde soleada de mayo y, si no fuese por el tobogán, nada diferenciaría
este parque de una estación de metro en hora punta.
Una madre de melena rubia y
desordenada nos sujeta la puerta mientras Lucía forcejea con su moto, negándose
a que la ayude. Le doy las gracias en catalán y me responde “Prego”, lo cual me recuerda que Gràcia
–el mejor barrio de Barcelona según los lectores de TimeOut- haría parecer cualquier
anuncio de Benetton cosa de aficionados.
Portada de la revista TimeOut Barcelona #268
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Sin mediar palabra, Lucía
abandona la moto a su suerte y emprende una carrera de reconocimiento por el parque,
de la que regresa –apenas un minuto más tarde- con su primer botín: una pala y
dos moldes para jugar con la arena. Fiel a su fijación de los últimos tiempos,
uno de ellos representa a una vaca sonriente; el otro es un cerdito que desafía
a las leyes de la naturaleza con su verde esmeralda, razón por la que, tal vez,
luce un semblante más serio. Este aspecto no parece, sin embargo, preocupar en
absoluto a mi hija y sí el hecho de su reducido tamaño: ¡Petitó, petitó![i], grita incansable mientras
lo agita a escasos centímetros de mis narices.
Busco con la mirada a la víctima
de su hurto, pero nadie parece echar en falta los juguetes. Intento entonces
recabar alguna información a través de mi retoño, pero la niña parece haber
entrado en bucle y no consigo arrancarle otra palabra que no sea el tamaño del
cerdito.
-Tranquil·la, les ha agafat
d’aquella capsa[ii]-
me dice una madre autóctona, mientras intenta impedir que su hijo coma tierra.
Siguiendo la dirección de su índice, descubro una caja de plástico tipo Ikea, situada en el centro de la zona de
juegos de arena. Me acerco a investigar. Dentro del cuadrilátero demarcado con
pequeños postes de madera hay, al menos, media docena de niños -ninguno de
ellos mayor de tres años- que juegan con rastrillos, cubos y palas marcados con
las iniciales “S.T”. Todavía
considerando la posibilidad de que los padres de algún Sergi Tomás hayan decidido deshacerse del excedente
acumulado en material de playa, caigo en la cuenta de que la mencionada caja
luce el letrero Social
Toys y la url de un blog.
Durante la siguiente hora me dedico a observar -confieso que también a vigilar- a los niños y padres que usan estos juguetes. Nadie, a excepción de mí, parece sorprendido por la presencia de la caja y los padres muestran el gesto relajado del que sabe que no tendrá que preocuparse por recorrer el parque en busca de los juguetes de su hijo cuando se marche.
Considero la posibilidad de que
haya una cámara oculta, pero entonces caigo
en la cuenta de que estamos en un parque de Gràcia. Una tras otra, las
familias van abandonando el lugar, no sin antes depositar los juguetes
utilizados en la santa caja, que garantizará su continuidad en el parque.
Cuando llega nuestra hora, Lucía intenta
llevar consigo el cerdito contranatural, pero la obligo a devolverlo,
prometiéndole que regresaremos a jugar con él. Nada convencida de mis
argumentos, recupera la moto y emprendemos la vuelta a casa.
Lucía avanza con
dificultad por la subida de Passeig Sant
Joan. Como siempre, no me deja que la ayude.
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