domingo, 14 de febrero de 2016

6 metros


El record del mundo en salto con pértiga al aire libre está en 6 metros 14 centímetros. Lo estableció Sergei Bubka el 31 de julio de 1994. Ese día Samir cumplía 5 años. 

Samir siempre soñó con emular a Bubka y a punto estuvo de conseguirlo. Cuando se clasificó para el campeonato africano de atletismo en 2012, quedó segundo con un salto de 5 metros. A pesar de la distancia con su ídolo, Samir sabe que habría conseguido superar los 6 metros si no hubiera sido por la lesión en su maldito talón. Aunque parezca un chiste barato, el talón de Samir acabó siendo también su talón de Aquiles; de cuya existencia supo el día que el traumatólogo de la selección le habló de él y que al igual que el personaje mitológico, también sería su perdición.

Ese día fue el principio del fin de Samir como deportista de élite. Tras un par de meses, en los que luchó inútilmente por recuperarse, perdió la beca que le mantenía alejado del hambre y solo uno más tarde estaba también sin casa. 

Samir había saltado toda su vida. Desde que nació no había hecho otra cosa. Cuando los demás niños corrían, él saltaba. Sus padres nunca habían encontrado utilidad a tan extraño don, hasta el día en que el cazador de talentos visitó la aldea. El gobierno buscaba jóvenes fuertes y atléticos, capaces de encarnar los valores con los que demostrar al mundo de qué era capaz la nueva nación. Y Samir fue uno de los elegidos. 

Foto: Cristina Costales

Todavía recuerda la mañana que abandonó su casa camino de la capital, con las primeras luces del día –como todos los viajes dignos de ser relatados- prometiendo noticias y  algo de dinero.  Al despedirse, su padre le recordó que hacia atrás solo se podía ir para coger impulso, y en su caso para saltar. Su madre se limitó a despedirlo en un silencio de lágrimas.

Por eso, cuando se vio en la calle, sin casa, ni trabajo ni otra aptitud en la vida que la de saltar bien alto ayudado de una larga vara, supo que la única dirección en la que podía caminar era hacia el norte. Más allá de la capital y de cualquier otro lugar por él conocido.

Samir no sabe cuántos días anduvo, pero sí que pensar en Bubka le ayudó a sobrellevar el viaje. Mientras caminaba, imaginaba las dificultades que de buen seguro habría tenido que pasar el atleta ucraniano hasta hacerse con la marca que después de más de 20 años todavía conservaba. 

Una mañana de noviembre, después de una noche al raso sin más abrigo que el de su vieja bolsa de deportes, Samir despertó con el olor del salitre y supo que su viaje estaba a punto de terminar. Abrazado a su bolsa trepó hasta lo alto de una colina, pelada y rocosa. Una ciudad se extendía a sus pies y tras ella el mar.

Samir descendió hasta la falda de la montaña y en pocas horas alcanzó el valle que conducía a la ciudad. Lo que en la distancia de la mañana se le había antojado un cordón fino y brillante que -como un cinturón de mujer- entallaba la ciudad, a mediodía se le reveló como lo que en realidad era: Una valla metálica y espinada.

Una inacabable valla que sólo tenía 6 metros de altura.  Una inmejorable razón para batir su marca.



No hay comentarios:

Publicar un comentario