lunes, 1 de diciembre de 2014

Oferta inmejorable

¿Y cuánto dice que piden?...Sí, pregunto por el anuncio, el de la “Oferta inmejorable”…Bueno pues tampoco me parece tan barato. ¿Y los metros? Dos de largo por uno de ancho…Hombre, yo no es que sea gran cosa, 1,56 para ser más exactos, pero me parece un poco justo. En el anuncio dice que los materiales son de primera. ¿Cartón brasileño? Pues no, no lo conozco, no sabía que tuviera tanta fama. Países emergentes, claro.  Espero que sea bueno porque si no, cuando se moje…Sí, ya sé qué es lo del efecto invernadero, pero no me negará que llover, todavía llueve, aunque sea muy de tarde en tarde. En fin, no sé, me lo tengo que pensar, que comprar son siempre palabras mayores y más como está el patio ahora; además, he visto otra oferta… Sí, un cajero automático y éste es para alquilar,  por horas. Tal vez sea lo que me interesa, ¿sabe? Total, no paro nunca en casa. Y además estoy solo, si tuviera pareja o familia eso ya sería otra cosa, que por los hijos uno hace lo que sea y tener mi propia caja de cartón king size siempre ha sido mi sueño.

Ilustración: Maribel Carod
 
(Relato incluido en el libro Contrafabulario Ilustrado, VV.AA., Underbrain Books,2013)

miércoles, 23 de julio de 2014

Los oficios de la muerte

La temporada de guerra de globos de agua ha llegado a la Plaça del Nord. Amparados por el calor, los niños corren descalzos y mojados alrededor de la fuente  -donde rellenan sus proyectiles- mientras los adultos los observamos desde la protección de la barrera, al otro lado de la cerca del parque infantil.

Laura sonríe y señala a su hijo de dos años, que intenta quitarse las sandalias para emular a los más mayores. De momento, la batalla la ganan sus hebillas.

Voy todo el día medio grogui –comenta- estoy tan contracturada que me tomo los relajantes de dos en dos. Menos mal que ahora voy a poder descansar un poco. La baja se la dieron ayer –me aclara- y tengo para unos días.

Después de un rápido vistazo para constatar que mi hija ha elegido el rol de francotiradora, me intereso por su trabajo,  del que sólo sé que hace poco que ha empezado. Soy tanatopractor -me dice- y, anticipándose a mi siguiente pregunta, aclara: trabajo preparando cadáveres.

Jamie Lee Curtis en 'My Girl'
Entonces caigo en la cuenta de que Laura guarda un sorprendente parecido con Shelley, la maquilladora funeraria de ‘My Girl’, interpretada por Jamie Lee Curtis a principios de los 90: el mismo físico esbelto de piernas inacabables. La misma sonrisa pícara. Mucha gente cree que somos meros maquilladores de muertos -puntualiza como leyéndome el pensamiento- pero lo cierto es que mi especialidad se centra en las técnicas de conservación y  reconstrucción de los cadáveres. El cuidado estético es solo una parte.

Laura eligió esta profesión a raíz de una dura experiencia relacionada con la pérdida de un familiar cercano. Me gusta pensar que ayudo a conseguir que la gente guarde el mejor recuerdo posible de la última vez que ven a su ser querido. Además, a mí siempre me ha gustado la pintura y la escultura, y aunque suene un poco extraño, creo que este trabajo me permite unir ambas cosas.

Le pregunto por el perfil de las personas que desarrollan su labor. A mi modo de ver, lidiar a diario con la muerte debe requerir de un talante especial,  y le planteo si no se tratará de algo vocacional, como parece su caso, pero Laura no tarda en desmontar mi teoría: la inmensa mayoría de las personas que ha conocido en su gremio se dedican a este oficio por razones eminentemente prácticas, como la creencia de que es una actividad con ocupación asegurada; cuando en realidad se trata de un sector profesional al que muy pocos logran acceder de forma estable.

Fácil o no de conseguir, lo cierto es que la precariedad laboral también ha llegado a los oficios de la muerte. Su baja médica lo atestigua. Laura trabaja en uno de los tanatorios más importantes de la ciudad y últimamente se ha visto obligada a hacer turnos de 12 horas durante semanas enteras, a pesar de que su contrato es de media jornada y sólo estaba previsto que cubriera  fines de semana y festivos. Pero con la llegada del calor el trabajo se ha disparado. Caen como moscas - me explica- y no solo los ancianos, sino también los suicidas; cuyo número se incrementa al ritmo de las temperaturas.

Además, con el discurso de la crisis, a los tanatopractores les toca ahora hacer un poco de todo, y  si puede ser rápido. A la empresa no le importa la calidad de nuestro trabajo, ni si los familiares quedan más o menos satisfechos con el resultado, sólo quieren que acabemos deprisa para que podamos pasar al siguiente. Somos una fábrica de preparar cadáveres, se lamenta.

Le pregunto cómo lleva encontrarse con “clientes” jóvenes que han decidido poner fin a su vida. No te voy a decir que no sea duro –me responde- pero lo peor con diferencia es cuando llegas a primera hora de la mañana al depósito y te encuentras un ataúd pequeño. Eso te destroza ya para el resto del día.

El hijo de Laura ha conseguido liberarse al fin de sus sandalias y corre tras los lanzadores de proyectiles de agua. Uno de ellos estalla justo a sus pies y le salpica la cara. El niño rompe a llorar. Entonces caigo en la cuenta de que la agresora ha sido mi hija.

miércoles, 18 de junio de 2014

Cristo te necesita

Como cada mañana, Cristo planta su silla en mitad del pasillo, a medio camino entre los accesos a las líneas 4 y 5. Antes se ponía a un extremo, al lado de la parada de souvenirs, esa donde venden zapatos de bailaora flamenca tamaño infantil. Pero los revisores del Metro lo invitaron a trasladarse, cuando instalaron uno de sus controles de billetes en ese acceso. Desde entonces se coloca siempre en el centro del pasillo; y casi que mejor, porque así no tiene que oír las excusas que inventan algunos viajeros cuando los pescan sin billete.

Foto: Cristina Costales
 
Después de soltar su carga, Cristo abre la silla de camping y la coloca junto a la pared. Los riñones sufren menos así -se consuela- aunque sabe que debe verse ridículo en esa pequeña banqueta, mucho más ligera de transportar, pero que acentúa más aún su corta estatura.

El segundo peso del que se deshizo fue el de la funda de la guitarra. Era maciza y forrada en cuero. Una preciosidad de la que tuvo que prescindir porque pesaba más que el propio instrumento y cruzar la ciudad con ambas lo dejaba baldado.

Cristo deja a sus pies la caja de madera de la recaudación. Después saca una camiseta del Barça y se la pone sobre el jersey. En el pasillo hay corriente y el poliéster madeinchina le ayuda a cortar el aire. Además, cuando la usa saca más dinero, así que se la pone con más gusto si cabe, aunque el fútbol nunca le haya interesado mucho.

Otro truco que no falla es el de la lengua, por eso ha aprendido unas cuantas palabras de catalán con las que arranca su actuación: Bon-dia Catalunya, Barsalona-es-bona-si-la bolsa-sona, y aquí les traigo una canción, para que les regocije el corazón.

Cristo se pone en pie y empieza a soplar la flauta que trae colgada del pecho. Las notas escapan quejosas y atropelladas, mientras cierra los ojos y se deja arrastrar por la melodía. El éxtasis finaliza pronto y acusando el esfuerzo se deja caer en la silla. Entonces aprieta el botón del casete situado a su diestra y un coro de voces femeninas arranca a cantar al ritmo de una cumbia: Cristo te necesita para amaar. Cristo te necesita, tee necesita, Cristo te necesita para amaar. Después reduce el volumen del aparato y empieza a rascar la guitarra, mientras persigue la melodía con su voz: No te importen las razas ni el color de la piel, ama a todos como hermanos y has-el-bieen.

Los viajeros pasan junto a él sin mirarle. Mujeres y hombres. Todos parecen tener prisa. Hasta las madres apuradas empujan aún con mayor brío sus carritos al pasar a su lado, mientras sus hijos asoman la cabeza en busca de los alaridos que los acaban de arrancar de su sueño.

Cristo suspende el rasgado de la guitarra y embiste el final a capela, añorando más que nunca su tercera y última pérdida: el micro y juego de bafles empeñados en el Cash Converters  que tanto apoyo le daban en la apoteosis: Al que vive a tu lado dale amor, dale amor, al-que-viee-ne dee le-jos daa-le-aa-moor.

Su pequeña humanidad se derrumba al fin sobre la silla y su cabeza se arquea en busca de oxígeno, mientras que en un gesto autómata devuelve el volumen al casete, que invade el pasillo con el canto enloquecido de las coristas: Cristo te necesita, Cristo te necesita chumbachumbachumba para amaar.

El aparato enmudece y Cristo abre los ojos. El pasillo ha quedado desierto y el único sonido que se escucha ahora es el de la vibración de los trenes que circulan bajo sus pies.

La caja de madera sigue vacía, pero Cristo sabe que el día no ha hecho más que empezar.
 

martes, 4 de marzo de 2014

Puertas abiertas

Rondan las cinco de la tarde y el grupo que se concentra junto a la valla del recinto se va haciendo cada vez más numeroso. Cerca de cincuenta adultos ya, con edades comprendidas entre los 30 y los 40 -y donde abunda la estética pijoflauta- aguardan el pistoletazo de inicio de la jornada de puertas abiertas.

Entre ellos y la hipotética tierra prometida para sus hijos, una profesora que repasa meticulosamente una lista con los nombres de los que han cumplido con el protocolo de concertar cita previa.

Superado el trámite, los padres –la mayoría en pareja- asaltan las instalaciones de educación infantil siguiendo las indicaciones de las profesoras de apoyo, que extienden el índice en dirección a las aulas, como quien señala el camino hacia el paraíso. Los más avispados entran en la clase de P3 móvil en ristre, tomando instantáneas -a diestro y siniestro- que en pocos segundos volarán por la Red en busca del smarthphone del consorte ausente.

Un rápido vistazo a las fotos que coronan cada una de las diminutas perchas basta para constatar el alumnado multicultural del centro, donde sin embargo claman por su ausencia las de niños gitanos, a pesar de que las instalaciones provisionales de la escuela se hayan en la Plaça del Poble Romaní, testimonio de la tradicional presencia de esta etnia en Gràcia.
 
El rápido tour por las clases de P3, P4 y P5, que se usan también como ambientes de experimentación –aclarará después la directora- desemboca en el aula de psicomotricidad, convertida en sala de reuniones.

Unos sesenta adultos buscan todavía acomodo en sillas destinadas a humanidades mucho más reducidas, cuando  la directora les da ya la primera estocada: por problemas de espacio la escuela solo dispone de una línea para P3 y de las 25 plazas reglamentarias, 17 están ya destinadas a niños con hermanos escolarizados  en el centro. Hasta los menos duchos sacan pronto las cuentas. Un rumor de consternación recorre la sala y se producen las primeras deserciones entre los asistentes. Una madre anota todo en un bloc de bolsillo, mientras otra amamanta tranquila a su bebé de meses, sabedora de que con este segundo todo será más fácil cuando le llegue el momento.

Toma el relevo la cap d’estudis para cantar las bonanzas de su sistema educativo: experimentación y trabajo por proyectos (gestos de aprobación). Tampoco usan libros (más gestos de aprobación) y los niños son libres de elegir en qué ambiente quieren estar durante la primera parte de la jornada (conatos de aplausos). El clima de euforia se enfría un poco cuando la ponente confiesa que la comida de los pequeños la sirve un servicio de cáterin, pero se recupera rápidamente cuando ésta aclara que “por supuesto” se elabora con productos ecológicos.
Los materiales que utilizan son neutros y naturales –maderas sin barnizar, pone como ejemplo-.  Acaso por eso, y a pesar de que no usan libros, la cuota anual por este concepto asciende a 230€, poniendo en evidencia que el respeto por el entorno sigue sin estar al alcance de todos los bolsillos.

Las deserciones se dejan ver sin disimulo en la ronda de preguntas. El hecho de que solo queden ocho plazas libres ha pasado definitivamente factura entre la audiencia. Por eso será ya pocos los que se queden a escuchar cuando la representante del AMPA explique que las decisiones se toman de forma asamblearia.

Un monoparental consulta su reloj y se escabulle aprovechando la última remesa de evadidos. En la calle la tarde es ya noche y el frío de febrero apremia el paso.

Un par de adolescentes gitanas cruzan la calle cogidas del brazo, mientras tararean entre risas una rumba de Niña Pastori.