miércoles, 23 de julio de 2014

Los oficios de la muerte

La temporada de guerra de globos de agua ha llegado a la Plaça del Nord. Amparados por el calor, los niños corren descalzos y mojados alrededor de la fuente  -donde rellenan sus proyectiles- mientras los adultos los observamos desde la protección de la barrera, al otro lado de la cerca del parque infantil.

Laura sonríe y señala a su hijo de dos años, que intenta quitarse las sandalias para emular a los más mayores. De momento, la batalla la ganan sus hebillas.

Voy todo el día medio grogui –comenta- estoy tan contracturada que me tomo los relajantes de dos en dos. Menos mal que ahora voy a poder descansar un poco. La baja se la dieron ayer –me aclara- y tengo para unos días.

Después de un rápido vistazo para constatar que mi hija ha elegido el rol de francotiradora, me intereso por su trabajo,  del que sólo sé que hace poco que ha empezado. Soy tanatopractor -me dice- y, anticipándose a mi siguiente pregunta, aclara: trabajo preparando cadáveres.

Jamie Lee Curtis en 'My Girl'
Entonces caigo en la cuenta de que Laura guarda un sorprendente parecido con Shelley, la maquilladora funeraria de ‘My Girl’, interpretada por Jamie Lee Curtis a principios de los 90: el mismo físico esbelto de piernas inacabables. La misma sonrisa pícara. Mucha gente cree que somos meros maquilladores de muertos -puntualiza como leyéndome el pensamiento- pero lo cierto es que mi especialidad se centra en las técnicas de conservación y  reconstrucción de los cadáveres. El cuidado estético es solo una parte.

Laura eligió esta profesión a raíz de una dura experiencia relacionada con la pérdida de un familiar cercano. Me gusta pensar que ayudo a conseguir que la gente guarde el mejor recuerdo posible de la última vez que ven a su ser querido. Además, a mí siempre me ha gustado la pintura y la escultura, y aunque suene un poco extraño, creo que este trabajo me permite unir ambas cosas.

Le pregunto por el perfil de las personas que desarrollan su labor. A mi modo de ver, lidiar a diario con la muerte debe requerir de un talante especial,  y le planteo si no se tratará de algo vocacional, como parece su caso, pero Laura no tarda en desmontar mi teoría: la inmensa mayoría de las personas que ha conocido en su gremio se dedican a este oficio por razones eminentemente prácticas, como la creencia de que es una actividad con ocupación asegurada; cuando en realidad se trata de un sector profesional al que muy pocos logran acceder de forma estable.

Fácil o no de conseguir, lo cierto es que la precariedad laboral también ha llegado a los oficios de la muerte. Su baja médica lo atestigua. Laura trabaja en uno de los tanatorios más importantes de la ciudad y últimamente se ha visto obligada a hacer turnos de 12 horas durante semanas enteras, a pesar de que su contrato es de media jornada y sólo estaba previsto que cubriera  fines de semana y festivos. Pero con la llegada del calor el trabajo se ha disparado. Caen como moscas - me explica- y no solo los ancianos, sino también los suicidas; cuyo número se incrementa al ritmo de las temperaturas.

Además, con el discurso de la crisis, a los tanatopractores les toca ahora hacer un poco de todo, y  si puede ser rápido. A la empresa no le importa la calidad de nuestro trabajo, ni si los familiares quedan más o menos satisfechos con el resultado, sólo quieren que acabemos deprisa para que podamos pasar al siguiente. Somos una fábrica de preparar cadáveres, se lamenta.

Le pregunto cómo lleva encontrarse con “clientes” jóvenes que han decidido poner fin a su vida. No te voy a decir que no sea duro –me responde- pero lo peor con diferencia es cuando llegas a primera hora de la mañana al depósito y te encuentras un ataúd pequeño. Eso te destroza ya para el resto del día.

El hijo de Laura ha conseguido liberarse al fin de sus sandalias y corre tras los lanzadores de proyectiles de agua. Uno de ellos estalla justo a sus pies y le salpica la cara. El niño rompe a llorar. Entonces caigo en la cuenta de que la agresora ha sido mi hija.

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