miércoles, 18 de junio de 2014

Cristo te necesita

Como cada mañana, Cristo planta su silla en mitad del pasillo, a medio camino entre los accesos a las líneas 4 y 5. Antes se ponía a un extremo, al lado de la parada de souvenirs, esa donde venden zapatos de bailaora flamenca tamaño infantil. Pero los revisores del Metro lo invitaron a trasladarse, cuando instalaron uno de sus controles de billetes en ese acceso. Desde entonces se coloca siempre en el centro del pasillo; y casi que mejor, porque así no tiene que oír las excusas que inventan algunos viajeros cuando los pescan sin billete.

Foto: Cristina Costales
 
Después de soltar su carga, Cristo abre la silla de camping y la coloca junto a la pared. Los riñones sufren menos así -se consuela- aunque sabe que debe verse ridículo en esa pequeña banqueta, mucho más ligera de transportar, pero que acentúa más aún su corta estatura.

El segundo peso del que se deshizo fue el de la funda de la guitarra. Era maciza y forrada en cuero. Una preciosidad de la que tuvo que prescindir porque pesaba más que el propio instrumento y cruzar la ciudad con ambas lo dejaba baldado.

Cristo deja a sus pies la caja de madera de la recaudación. Después saca una camiseta del Barça y se la pone sobre el jersey. En el pasillo hay corriente y el poliéster madeinchina le ayuda a cortar el aire. Además, cuando la usa saca más dinero, así que se la pone con más gusto si cabe, aunque el fútbol nunca le haya interesado mucho.

Otro truco que no falla es el de la lengua, por eso ha aprendido unas cuantas palabras de catalán con las que arranca su actuación: Bon-dia Catalunya, Barsalona-es-bona-si-la bolsa-sona, y aquí les traigo una canción, para que les regocije el corazón.

Cristo se pone en pie y empieza a soplar la flauta que trae colgada del pecho. Las notas escapan quejosas y atropelladas, mientras cierra los ojos y se deja arrastrar por la melodía. El éxtasis finaliza pronto y acusando el esfuerzo se deja caer en la silla. Entonces aprieta el botón del casete situado a su diestra y un coro de voces femeninas arranca a cantar al ritmo de una cumbia: Cristo te necesita para amaar. Cristo te necesita, tee necesita, Cristo te necesita para amaar. Después reduce el volumen del aparato y empieza a rascar la guitarra, mientras persigue la melodía con su voz: No te importen las razas ni el color de la piel, ama a todos como hermanos y has-el-bieen.

Los viajeros pasan junto a él sin mirarle. Mujeres y hombres. Todos parecen tener prisa. Hasta las madres apuradas empujan aún con mayor brío sus carritos al pasar a su lado, mientras sus hijos asoman la cabeza en busca de los alaridos que los acaban de arrancar de su sueño.

Cristo suspende el rasgado de la guitarra y embiste el final a capela, añorando más que nunca su tercera y última pérdida: el micro y juego de bafles empeñados en el Cash Converters  que tanto apoyo le daban en la apoteosis: Al que vive a tu lado dale amor, dale amor, al-que-viee-ne dee le-jos daa-le-aa-moor.

Su pequeña humanidad se derrumba al fin sobre la silla y su cabeza se arquea en busca de oxígeno, mientras que en un gesto autómata devuelve el volumen al casete, que invade el pasillo con el canto enloquecido de las coristas: Cristo te necesita, Cristo te necesita chumbachumbachumba para amaar.

El aparato enmudece y Cristo abre los ojos. El pasillo ha quedado desierto y el único sonido que se escucha ahora es el de la vibración de los trenes que circulan bajo sus pies.

La caja de madera sigue vacía, pero Cristo sabe que el día no ha hecho más que empezar.
 

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